«Sorolla», el espectáculo que acaba de estrenar el Ballet Nacional, es en muchos sentidos ejemplar. Lo es por la recuperación de la danza folclórica, agonizante en muchas escuelas y conservatorios, e inerte en los escenarios. Lo es, también, por sus intenciones renovadoras, por aunar los distintos estilos de nuestra danza y por anudar a ella a creadores ajenos. La danza española vivió sus años dorados cuando era capaz de reunir en su regazo a los mejores pintores y a los mejores músicos, y es importante que figuras como el director de escena Franco Dragone (uno de los creadores del Circo del Sol), el diseñador Nicolás Vaudelet o el músico Juan José Colomer se dejen seducir por ella.
«Sorolla» es un ejemplo, pues, de lo que debe hacer el Ballet Nacional; de su equilibrio entre tradición y modernidad, de su ambición artística incluso en tiempos de crisis, de su apertura a nuevos coreógrafos y de su rigor y entrega en el trabajo. La colección de cuadros de Sorolla «Visión de España» es la inspiración para este trabajo, donde la parte del león se la llevan las danzas folclóricas, pero en el que caben incluso el flamenco y la escuela bolera.
Franco Dragone ha creado un bello entorno onírico que envuelve y perfuma todo el espectáculo, aunque las luces no siempre acompañan el brío de la danza y en ocasiones llena la escena de distracciones. Colomer ha escrito una partitura minuciosa, respetuosa con los ritmos diversos y algún que otro guiño a melodías populares. Y Nicolás Vaudelet firma diseños verdaderamente luminosos y bellos (destacan los toreros y las falleras, por ejemplo). En cuanto a la danza, coreografiada con sabiduría y buen gusto (preciosas las escenas de la pesca del atún y de los nazarenos), es muy exigente para la compañía, que la defiende con entrega y esfuerzo -a veces se intuye el cansancio-. Mención especial para el baile sabio y de calidad de Esther Jurado, Aloña Alonso, Mariano Bernal y Fran Velasco.